Una desesperada vitalidad 

La muerte no consiste en no poder comunicar
sino en ser ya para siempre incomprendido.
                                       —PIER PAOLO PASOLINI

 

Es Una desesperada vitalidad, el famoso y terrible poema de Pasolini, una forma de entrevista autobiográfica, de rito premonitorio de un final. Para los europeos de esas generaciones aún el rito era algo muy vivo, muy natural. Formaba parte de su cotidianidad. Pasolini creó el rito de su propia muerte, de su asesinato, creando unos códices para poder entenderlo. O quizá más que entenderlo simplemente perpetuar su final, como un mito, como un Cristo. Es uno de los ejemplos más brutales y, por qué no, más bellos, de transubstanciación de la ficción en realidad. 

Para mí el dibujar es un rito también autobiográfico. Desde el portaminas que utilizo, heredado de mi madre ilustradora, hasta los papeles recuperados de libros y cuadernos antiguos de vidas pasadas, de tiempos olvidados. El dibujo es para mí un sistema de signos, una escritura, que cada vez más, intento dotar de una sobriedad y una sencillez que permitan acercarme lo más posible a un imaginario y lirismo privado. En mis rostros intento captar la expresión en el instante crucial del mito. Mi dibujo intenta ser una intriga que calla concentrándose en un gesto. Callándose las imágenes hacen que los hombres entren en la memoria de los hombres, como diría Pascal Quignard.

En mis papeles viejos surge una pléyade de personajes de mi inventario personal. De mi experiencia como ser alejado de los grandes nombres y lugares conocidos. Son aquellos que se van olvidando y ya no se encuentran en nuestro imaginario. Los que un día nos hablaron de pequeñas heroicidades ahora desaparecidas de las estanterías de las librerías sin catálogo, los cines cerrados o los museos copados por artistas sin alma. 

Es esa historia que no se nos cuenta. Son esos muchachos que el tiempo convirtió en ficción. Pues, ¿quiénes son más reales hoy: Pier Paolo y Giuseppe o Ciappeletto y Nisiuti?  Hoy en día todo es ficción, pues en esos avatares de las redes sociales creamos seres a nuestra imagen y semejanza pero mucho más plastificados. Allí, en las pantallas azules, no existe la carne. 

Yo intento, como hacía Pasolini, convertir mi poesía, mi dibujo, en objeto de ella misma. Porque al final, el tiempo, ese implacable creador de ficciones, nos convertirá a todos en personajes, en mitos silenciosos que quizá algún arqueólogo íntimo recupere en el futuro y, al fin, se nos comprenda.  

El Evangelio según Pasolini, 2019
Guillermo Martín Bermejo
Grafito sobre papel de cuaderno antiguo
Tom Riddle, 2019
Guillermo Martín Bermejo
Grafito sobre página de libro del siglo XIX
Alejandro, 2020
Guillermo Martín Bermejo
Grafito sobre papel de cuaderno antiguo
Klaus Mann, 2019
Guillermo Martín Bermejo
Grafito sobre papel de cuaderno antiguo
Raymond Radiguet, 2019
Guillermo Martín Bermejo
Grafito sobre papel de cuaderno antiguo