En la obra de Victoria y Wences se ve a toda esa gente y se les ve a ellos. Ecos de ritos desaparecidos y de parientes consanguíneos, de lo de entonces y de lo de ahora, que viene a ser parecido. La ciencia está de acuerdo, todo está ocurriendo a la vez. No me hagáis explicarlo ni mucho menos entenderlo, pero eso se comenta. Estamos todos aquí, en el Brazo de Orión, estos y aquellos. Si no os fiais de la ciencia (lo comprendo), hacedlo de las obras de Victoria y Wences, que vienen a contarnos lo mismo, pero mejor. Porque resulta que las obras de Wences y las obras de Victoria también se apellidan igual.
Artista fronterizo entre lo contemporáneo y lo espiritual. Su obra plástica, performática, lírica, audiovisual y musical está marcada por la profundidad, la visceralidad y la inocencia. Una loa a la belleza de una realidad insondable. Para ello, utiliza el simbolismo, el juego y la vanguardia como herramientas mágicas. Sus rituales, visiones y hechizos han sido presentados en centros de arte, festivales, editoriales, ferias, cuevas y montañas de toda la península ibérica y parte de Europa. En todos ellos, Lamas se presenta ante nosotros con la mirada de un niño terrible.
Hijo y nieto de funerarios y maestras, Wences Lamas ha convivido desde la infancia con graves enfermedades mentales en su familia; a la par, una gran vocación artística le ha servido para combatirlas. Con solo 7 años, su colegio llamó la atención de su madre por los dibujos sangrientos que hacía. ¡Benditos
rotuladores rojos que tanto ayudaron a drenar las heridas!
Victoria no se llama a sí misma pintora, porque cree que es una de esas palabras que siempre van en mayúsculas (o porque padece el síndrome de la impostora). Sobre su pintura dice: “Pinto en negro para no tener que enfrentarme al blanco del papel o del lienzo”. Pero en realidad es mentira. A Victoria no le da miedo nada de eso, aunque sí muchas otras cosas. De sus miedos, fantasías y anhelos habla su obra, que es naif y es cínica.
Estudió Bellas Artes en Cuenca (2011-2015), durante este periodo fue becada para realizar dos estancias en el extranjero de seis meses de duración cada una. Primero estuvo en Polonia (2014), donde se especializó en pintura en la Academia de Bellas Artes de Varsovia para después –como huyendo del frío- irse a Cuba (2015), donde estudió en el Instituto Superior de Arte, La Habana.
A Compostela llega en 2019 huyendo de un desamor y se enamora de un país.