Madurez Infantil es un estado de inicio, permanencia y final de obra que es nuestra propia vida.
Aún a mis 45 años me encuentro haciendo equilibrio entre la niña y la adulta, mi inocencia y mis habilidades sociales aprendidas, la insensatez y la tonta grave que todos llevamos dentro.
Intentar ser maduro es un acto infantil y lleno de convenciones arbitrarias, a la vez, refugiarse en la infancia es negar el proceso de transformación que nos extingue.
Como en todas mis exposiciones anteriores busco que los objetos hablen por sí solos, me gustaría apartarme, hacer desaparecer mi señas personales.
Pero por el contrario me veo tapando la obra con mi particular biografía.
Quiero transformarme en un sujeto encontrado que recoge objetos encontrados.
No sufrir del síndrome de Diógenes, gozarlo y adorar el mundo de las cosas (el cosismo) desprendiéndome de ellas.
Rechazar el síndrome para acercarme a la filosofía de Diógenes el Cínico que abandonó la necesidad de todo objeto.
Cansada de ser yo misma, propongo un homenaje a la singularidad de cada individuo, a la evidente originalidad del ser en cada identidad, creadores por el hecho de vivir, que moldeamos traumas y goces nadando con estilos diversos en el océano de la alteridad.
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