Cuadernos de campo soñados

CartelJuan Varela, el dibujante de naturaleza de España con más trayectoria, prestigio y proyección, recala en el caluroso verano de 2015 en Mad is Mad para ofrecer una nueva dimensión de su arte: sus ‘Cuadernos de campo soñados’, que parten de sus cuadernos de campo dibujados al natural, realizados durante sus numerosas salidas a los paisajes más fascinantes de todo el mundo a lo largo de cuatro décadas.

Juan Varela, biólogo de formación y que entre 1986 y 1990 fue director de la Sociedad Española de Ornitología (SEO/BirdLife), a cuya junta directiva sigue perteneciendo, ha publicado 21 libros como autor único y ha participado en otros 40 como colaborador -comenzó a mediados de los años setenta en la enciclopedia de Félix Rodríguez de la Fuente-, a lo que hay que añadir una cuarentena de exposiciones, individuales y colectivas, desde el Museo Nacional de Ciencias Naturales de Madrid al Convento de San Francisco de Cáceres, desde La Pedrera de Barcelona al New York State Museum de Nueva York y diversas galerías dedicadas al arte en torno a la naturaleza, principalmente en Estados Unidos y Reino Unido. Una larga trayectoria en óleo, pastel y, sobre todo, lápiz y acuarela con apuntes del natural.

Estos ‘Cuadernos de Campo’ de Mad is Mad convierten ahora en abstracción su maestría para dibujar aves e insectos. Sus maravillosas libélulas realistas se transforman en esta exposición en puro aire, en atmósfera, en aliento, en respiración. Sus trazos figurativos de tantos años evolucionan para presentarse ahora en Mad is Mad, por primera vez reunidos y formando un conjunto, en destellos de color y sensaciones que pueden recordar en formas y colores a grandes como Esteban Vicente, Cy Twombly, Mompó… 

Está satisfecho el autor con este salto en el lienzo, la madera y el papel, con esta nueva manera de expresar todo lo que capta en la naturaleza, después de tanta experiencia y tantísimas horas en el campo. Él lo cuenta así:

Cuadernos de campo soñados

La naturaleza produce monstruos, monstruos hermosos mientras están en el medio que los ha producido y monstruosos sin paliativos a los ojos de quienes no saben comprender todo el largo proceso evolutivo que los condujo a las profundidades abisales, a las cuevas, a los desiertos o al interior del más profundo bosque. La naturaleza que no vemos, la que está formada por minúsculos seres de formas aberrantes, la que se arrastra, se convulsiona, se desliza o palpita, ese reino de las formas y los colores imprevisibles es a la que sólo llegamos a conocer desde el otro lado de un microscopio, embutidos en un batiscafo o con nuestra imaginación.

Mis cuadernos de campo proceden de observaciones del natural de hechos y procesos naturales, sin juzgarlos ni interpretarlos y generalmente observados a través de la lente de unos prismáticos o un telescopio con el que no interfiero en su cotidiano trajín. Las anotaciones de esa vida en movimiento son generalmente frenéticas pues ninguno de los motivos suele concederme un minuto de quietud. No me queda más remedio que tratar de entender lo que ocurre y reflejar con trazos rápidos un fragmento de lo que transcurre ante mi vista. El dibujo así se convierte en una navegación continua sobre el papel, no tanto al azar por cuanto es dirigida por una conexión directa mirada-mano: no dibujo lo que sé, sino lo que veo, y de la forma más automática posible. La observación y la metodología del trabajo generan una gestualidad y una memoria de fragmentos, de luz, de contornos o de movimientos, que no se traslada al trabajo en curso y queda perdida y circulando, tal vez buscando salida.

Y aquí vuelvo a los hermosos monstruos, porque ese trabajo habitual ante el motivo y ese reflejo automático del trazo, al aplicarlo al trabajo de estudio no es tanto una expresión del subconsciente sino una especie de producto del azar y la necesidad, tal como lo expresó Monod al hablar de la evolución. No existe un propósito, una previsión o un determinismo en el trabajo, de la misma manera que   tampoco existen en los hermosos monstruos que habitan los fondos abisales o una simple gota de agua estancada. La línea al azar, la línea que navega por el papel como el pez en una pecera (en palabras de John Berger), no lleva un propósito pero tiene una historia y unos antecedentes, de la misma forma que los tiene la aberrante forma de un insecto al microscopio, y posiblemente un sentido.

De esta forma, la línea discurre, crea espacios aleatorios y lagunas, escapa y retrocede, se convulsiona y agita con el único precedente de la línea anterior y la visión fugaz de lo que ya está formado. El color viene después, como una conclusión lógica y esta vez no es al azar sino de forma necesaria, expandiendo y casi verbalizando lo que el trazo ya dejó dicho.

El resultado son formas extrañas, no componentes de una criptozoología, sino pequeños especímenes provenientes de la naturaleza, generados fuera de ella, abocados a la extinción prematura y recopilados en unos cuadernos de campo soñados.

Juan Varela

Para ampliar información de esta exposición, pincha aquí y te llevaremos a la Revista El Asombrario, donde se publico un amplio reportaje.